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lunes, 2 de julio de 2012



Tac.Agr. 29-32. Discurso de Calgaco

[29] A principios del verano Agrícola se vio afectado por una tragedia familiar: perdió un hijo que había nacido el año anterior. Él no afrontó su desgracia de forma que exhibiera su fortaleza como muchos otros, ni tampoco tuvo la debilidad de llorar desesperadamente; incluso en su duelo, la guerra formaba parte de los remedios. Así pues, envió por delante la escuadra a que realizara saqueos intensivos por lugares varios para agudizar la sensación de incertidumbre y terror; y, con un ejército ligero, al que había agregado un cuerpo de Britanos, de entre los más duros, puestos a prueba durante una larga paz, llegó hasta el monte Graupio, que el enemigo ya había ocupado. Y es que los Britanos no se habían dividido por el resultado de la batalla anterior, sino que atendían a la venganza o a la esclavitud; en última instancia, se daban cuenta de que un peligro común sólo podían rechazarlo mediante la unidad, y habían reunido fuerzas de todas las ciudades mediante legaciones y pactos. Ya se podían ver más de treinta mil hombres armados, y en aquella dirección afluía toda clase de jóvenes y aún ancianos con energía y vigor, ilustres veteranos que lucían cada uno sus condecoraciones. Entonces, se dice que un general, que destacaba entre todos por su valor y su linaje, Calgaco de nombre, habló de esta manera ante una apretada multitud que exigía combate:

[30] "Cuantas veces reflexiono sobre las causas de esta guerra y sobre cuál será la actitud de los dioses para con nosotros, me siento bien seguro de que vuestra unión el día de hoy será el principio de la libertad para toda la Britania: pues habéis avanzado juntos y además no habéis estado nunca sometidos; por otra parte, no nos queda ya tierra más allá, ni siquiera el mar nos ofrece seguridad con el acecho de la flota romana. Es así que, el combate, que los hombres valerosos consideran cuestión de honor, incluso para los cobardes resulta la salida más segura. Las batallas anteriores que se han sostenido contra los romanos con fortuna variada, dejaban en nuestras manos la esperanza de estar a salvo, porque, al ser el pueblo de mayor raigambre en Britania toda, y vivír en nuestras reservas sin vista alguna a las costas sometidas, no  llegábamos a imaginar siquiera una invasión. En el último baluarte de la libertad, la propia distancia y las incógnitas sobre nuestra fama nos han defendido hasta hoy, que todo lo desconocido se magnifica. Pero ahora Britania queda completamente al descubierto: ni un pueblo más allá, nada salvo olas sobre los acantilados y una amenaza peor, los Romanos, de cuya prepotencia no vamos a librarnos con una rendición digna. Depredadores que son de la tierra, cuando ya lo han devastado todo y les falta tierra, miran al mar: avaros, si el enemigo es rico, y rastreros, si pobre, no se han saciado con Oriente ni Occidente: sólo ellos ansían con igual tesón riquezas y miseria. Al expolio, la matanza y el saqueo los llaman por mal nombre hegemonía, y allá donde crean un desierto, dicen que hay paz.

[31] Por naturaleza, cada uno quiere a sus hijos y a su familia más que a nada: pues los reclutan y se los llevan a cualquier parte; nuestras esposas, nuestras hermanas, incluso si han escapado a las bajas pasiones del enemigo, son mancilladas en nombre de la amistad y de la hospitalidad. Bienes y fortunas a modo de tributo, campos y cosechas para su abastecimiento, las personas como mano de obra para franquear bosques y pantanos, todo lo esquilman entre violencias y ultrajes. Los esclavos de nacimiento se venden una vez, y aún son alimentados por sus amos: Britania compra cada día su servidumbre, la mantiene a diario. E, igual que en una familia el último de los esclavos sufre abusos de sus propios camaradas, en un mundo así a nosotros nos buscan para renovar el servicio y, baratos que somos, para exterminarnos; y es que ya no nos quedan campos, ni minas, ni puertos para cuya explotación nos guarden. Por otra parte, a los invasores no les gusta el valor y el orgullo de las gentes: la distancia y la independencia, cuanto más seguras parezcan, más desconfianza provocan. Pues no hay esperanza de benignidad, tomad fuerzas, según queráis, para sobrevivir o para alcanzar la gloria. Los Brigantes, al mando de una mujer, incendiaron una colonia, expugnaron un campamento, y, si la dicha no se hubiera convertido en desidia, habrían podido liberarse del yugo: nosotros vamos a avanzar juntos e invictos por la libertad, y no nos arrepentiremos de ello: mostremos al primer ataque qué clase de hombres se había guardado Caledonia en reserva.

[32] “¿Creéis que a los romanos les asiste el mismo valor en guerra, que molicie en la paz? Ellos se crecen con nuestras discrepancias y desacuerdos, y vuelven los fallos del enemigo en gloria para su ejército. Un ejército que, a partir de pueblos muy diversos, se mantiene tan compacto en situaciones favorables, como se disgrega en las adversas: excepto si pensáis que los Galos y los Germanos y, da vergüenza decirlo, no pocos Britanos, aunque entregan su sangre a la dominación ajena, ellos que han sido más tiempo enemigos que siervos, se mantienen fieles por simpatía. Miedo, terror, son vínculos poco firmes de afinidad. Si se remueven, quienes han dejado de temer, empezarán a odiar. Todos los estímulos para la victoria están de nuestra parte: no hay esposas que animen a los romanos, ni padres que vayan a reprochar su fuga; la mayor parte son apátridas o su patria es otra. Los dioses nos los han entregado, poco numerosos, temblando de ignorancia, mirando a su alrededor incluso un cielo y un mar, unos bosques, que desconocen por completo, prisioneros en cierto modo y encadenados. No os asuste su aspecto vano, el fulgor de oros  y platas, que ni cubren ni hieren. Entre las filas del enemigo descubriremos tropas a nuestro favor: los Britanos reconocerán su causa, los Galos recordarán la libertad perdida, y los Germanos desertarán igual que hace poco abandonaron los Usipos. Por lo demás, nada que temer: recintos vacios, colonias de ancianos, municipios empobrecidos y en desacuerdo entre los que se someten a desgana y los que imponen su poder. Aquí hay un general, aquí un ejército. Allí tributos, trabajos forzados y los demás castigos de esclavos: soportarlos para siempre o, sin más dilación, vengarse depende de este campo. Así que al entrar en combate pensad en los que os han antecedido y en los que os seguirán.

 [33] Recibieron el discurso con vehemencia, al estilo de los bárbaros, entre bramidos, cantos y voces desacordes. Y ya se iniciaba el avance y refulgían las armas con el impulso de los más audaces. Entonces Agrícola, aunque el ejército estaba animado y apenas le retenía la línea de defensa, aún así creyó oportuno enardecerlo, y habló de esta manera: ‘Va para siete años, camaradas, desde que tomasteis Britania, por iniciativa y decisión del gobierno de Roma, y gracias a vuestra firmeza y a vuestro esfuerzo. Nos ha costado tantas expediciones, tantos combates, fortaleza contra el enemigo, resistencia y coraje incluso contra la propia naturaleza del entorno! y ni yo me he avergonzado de mis soldados ni vosotros de vuestro jefe. Hemos superado los límites: yo, los de legados anteriores; vosotros, los de los ejércitos precedentes; conocemos a fondo Britania, no por los rumores de la fama, sino con nuestras armas y nuestras posiciones: Britania está descubierta y sometida. Es cierto que a veces durante la marcha, cansados de pantanos, montes y ríos, podía escuchar la voz de los más decididos: ¿Cuándo va a entregarse el enemigo, cuándo caerá en nuestro poder? Pues aquí están, han salido de sus escondites, y decisión y valor están a descubierto; los vencedores lo tendrán todo de su parte y en contra los vencidos. Pues haber superado jornadas tan intensas, haber superado bosques, cruzado estuarios en nuestro avance, nos honra y nos distingue, pero si vamos en retirada, sería muy peligroso todo lo que hoy nos favorece en extremo. Por otra parte, no conocemos el lugar como ellos, ni disponemos de igual facilidad de avituallamiento, pero estamos armados y eso es lo esencial. Por lo que a mí respecta, he ordenado que no se preste apoyo a la retirada de tropas ni jefes. Así pues, no sólo es mejor una muerte honesta que vivir en el escarnio, sino que supervivencia y honra van juntas; además no deja de ser motivo de gloria haber caído en los mismos confines del mundo”.

[34] “Si se tratara de nuevos pueblos, de formas imprevistas de combate, yo os exhortaría a recordar otros ejércitos: pero en esta situación, mejor rememorad vuestras medallas, contad con vuestra experiencia. Éstos son quienes el año pasado atacaron por sorpresa sólo una vuestras legiones y les derrotasteis con vuestras voces; éstos son los más huidizos de los Britanos y por ello precisamente han sobrevivido tanto tiempo. Igual que al penetrar en bosques y desfiladeros los animales más fuertes os han atacado, pero los asustadizos y los débiles huían sólo con el ruido de vuestro avanzar, así los más bravíos de los Britanos ya han caído antes, queda el resto de los incapaces y los cobardes. Si por fin os los habéis encontrado, no es que se hayan plantado ante vosotros, sino que los habéis sorprendido; las últimas novedades y su miedo extremo han paralizado sus filas sobre sus propias huellas, donde vais a conseguir una hermosa y previsible victoria. Acabad ya con las expediciones, sellad cinco décadas con un gran día, probad a la república que nunca se ha podido imputar al ejército ni las demoras en la guerra ni los motivos de las rebeliones.’

[35] Incluso mientras Agrícola hablaba, el ardor de los soldados era incontenible y al final de su discurso le siguió una inmensa alegría y enseguida corrieron a las armas. Dispuso a sus aguerridas y dispuestas tropas de tal manera que la infantería auxiliar, compuesta por ocho mil soldados, reforzara el centro del ejército, mientras que desplegó a los tres mil jinetes en las alas. Las legiones se situaron ante la empalizada, pues sería enorme el honor de la victoria si se conseguía sin derramar sangre romana, y actuarían de reserva si rechazaban los auxiliares. La formación de los britanos estaba ubicada en los lugares más altos para presentar mejor aspecto y al mismo tiempo causar terror, de tal manera que las primeras unidades estaban desplegadas en la llanura y el resto les seguía detrás en la ladera de una colina, como si se fueran levantando; entre ambos ejércitos, unos carros llenaban el espacio con sus carreras y su estruendo. Entonces Agrícola, que se temía que la gran cantidad de enemigos los superara en los flancos, para que no los rodearan, estiró las líneas a pesar de que estas serían más delgadas y la mayoría le recomendaba que debía llamar a las legiones. Él mantenía sus esperanzas y se mostraba firme ante el peligro, por lo que se bajó del caballo y tomó su lugar a pie entre las tropas.
[36] Los primeros combates se efectuaban a distancia y entonces los britanos, tanto con resistencia como con su habilidad con sus enormes espadas y sus rodelas, evitaban o paraban nuestros proyectiles, mientras que ellos arrojaban una gran cantidad, hasta que Agrícola animó a dos cohortes de batavos y dos de tungros a decidir el asunto cuerpo a cuerpo con sus espadas, una forma de combatir en la que estas tropas veteranas estaban entrenadas pero que a los enemigos, armados con sus grandes espadas y sus rodeles, les resultaba incómoda, pues las espadas de los britanos, que carecen de punta, no permiten la lucha en formación cerrada ni cuerpo a cuerpo. Así pues, cuando los batavos empezaron a intercambiar golpes con los enemigos, a herirlos con sus escudos, a desfigurarles las caras y a empujar hacia las colinas a quienes se habían desplegado en el llano, las otras cohortes se lanzaron también a matar con todas sus fuerzas a los enemigos más cercanos para superar a los batavos y dejaban atrás a muchos medio muertos o incluso indemnes en su afán de vencer. Entretanto, las unidades de caballería, como los carros se habían dado a la fuga, se mezclaron entre los combates de infantería y, aunque eran un nuevo motivo de terror para los enemigos, la densidad de sus formaciones y la irregularidad del terreno les hizo mantener la posición. El combate parecía muy desequilibrado para los nuestros, puesto que incluso mientras se esforzaban por ascender a duras penas la ladera se veían empujados por los cuerpos de los caballos y muchas veces algún carro, que erraba con los caballos desbocados y sin control, en la dirección que el pánico los llevaba, cruzaba nuestras formaciones o chocaba contra ellas.
[37] Y los britanos que se habían situado en la cima de la colina y, como todavía no habían entrado en combate, despreciaban en su vanidad nuestro pequeño número de tropas, empezaron a bajar poco a poco de sus posiciones y habrían rodeado por la retaguardia a nuestros victoriosos soldados si Agrícola, que se temía este movimiento, no hubiera lanzado en su contra cuatro alas de caballería que guardaba como reserva táctica: los dispersaron y pusieron en fuga con tanta agresividad como ferocidad habían mostrado aquellos en su ataque. De esta manera el plan de los britanos se volvió en su contra, pues por orden del general la caballería se alejó del frente enemigo y lo atacó por la espalda. Entonces en llanura se podía ver una escena especialmente dantesca: nuestros soldados perseguían, herían y capturaban a los enemigos para matarlos más tarde en cuanto capturaban a otros: en ese momento, los enemigos actuaban cada uno según su carácter: algunos, armados, se daban a la fuga frente a unos pocos enemigos, mientras que otros, desarmados, se arrojaban contra el enemigo y se entregaban a su muerte. Por todas partes se veían armas, cuerpos, extremidades cortadas y la tierra ensangrentada. A veces, incluso los ya derrotados daban muestras de rabia e incluso de valor, pues una vez que los nuestros se acercaron a los bosques, los enemigos se agruparon y, gracias a su conocimiento del terreno, rodeaban a los primeros de los nuestros que llegaron en su persecución y sin las debidas precauciones. Nuestros soldados entonces habrían recibido algún castigo por su excesiva confianza si Agrícola, que estaba siempre en todas partes, no hubiera ordenado que batieran el bosque, como unos cazadores, a unas cohortes de reserva y con armamento ligero y a una parte de la caballería, sin sus monturas donde el bosque era más espeso y montada donde era más abierto. Por lo demás, los britanos, cuando vieron que nuestro ejército los perseguía manteniendo de nuevo la formación, volvieron a darse a la fuga, pero no en grupos como antes ni mirándose los unos a los otros, sino que ahora cada uno se marchaba por separado y sin buscar a los otros, buscando un refugio lejano e inaccesible. El final de la persecución lo marcó la noche y el hartazgo de nuestras tropas: habían muerto cerca de diez mil enemigos y trescientos sesenta de los nuestros, entre ellos Aulo Ático, prefecto de una cohorte, al cual su juvenil ardor y la fiereza de su caballo lo llevaron al medio de un grupo de enemigos.

[38] Y la noche llenó ciertamente de alegría a los vencedores felices con el saqueo: los Britanos vagaban, el llanto de hombres y mujeres se mezclaba, arrastraban a sus heridos, llamaban por los indemnes, abandonaban sus casas y hasta las incendiaban por ira, buscaban un escondite y enseguida lo dejaban; tan pronto tomaban una decisión conjunta, como se separaban; a veces se quebraban ante la vista de los suyos, a veces se exasperaban. Había constancia de que algunos hombres se habían ensañado con sus mujeres e hijos, tal vez porque se apiadaban de ellos. El día siguiente descubrió mejor el rostro de la victoria: un vasto silencio por doquier, los puntos altos abandonados, techos humeantes a lo lejos, nadie al paso de nuestros pelotones de reconocimiento.

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